Reniero: ¿Qué historia cuentan sus tatuajes?
Conocé la historia del delantero de Racing que convirtió los últimos dos goles del equipo y pide un lugar entre los titulares.
Reniero tiene grabada en tinta una cara sonriente sobre su tríceps izquierdo. No tiene rasgos ni identidad, es más bien un emoji, porque lo que importa es el concepto: para el delantero de Racing podés jugar bien o mal, pero si sos feliz adentro de la cancha tenés más chances de rendir, y si encima logras transmitir esa alegría a tus compañeros, mucho mejor. Por eso a la hora de elegir una referencia en la élite del fútbol menciona a Ronaldinho antes que a Messi. Del astro brasileño destaca el placer con el que jugó y su talento para contagiar sonrisas, un atributo que bien señaló Andrés Iniesta hace no mucho tiempo: “Cuando Ronaldinho llegó al Barcelona nos contagió esa alegría o ese optimismo en su forma de ser y en su forma de jugar”. A Reniero le costó mucho alcanzar este presente, en el que logra trasladar al campo toda su alegría en los pocos minutos que disputa con la camiseta de Racing. Antes, le dieron la espalda en varios clubes, tuvo una experiencia fallida en La Masía del Barcelona, sufrió la soledad en la gran ciudad y dejó el fútbol para volverse a Entre Ríos a trabajar en el campo.
Hugo Magnani, de extensa trayectoria en formación de juveniles en diferentes clubes del fútbol argentino, recuerda el día que vio a jugar a Reniero por primera vez. Fue en un torneo disputado en Chajarí, Entre Ríos, muy cerca de Villa del Rosario, municipio de solo cuatro mil habitantes de donde es oriundo el delantero de Racing. En ese entonces jugaba en la escuela de fútbol “La Mano de Dios” y cuando terminó el partido se le acercaron captadores de Colón de Santa Fe y de River. Magnani, que trabajaba para Argentinos Juniors y había quedado deslumbrado por el talento del enganche de once años al que todos querían llevarse, se quedó parado en un pasillito y esperó a que sus colegas se alejen. Después se acercó a Reniero, se señaló el escudo del Bicho y le dijo: “Este es el semillero del mundo, vos tenés que jugar acá”. La chapa funcionó y a pocos días de este breve dialogó, el chico de once años ya estaba en Buenos Aires, en una prueba para jugar Argentinos Juniors.
En el Bicho no convenció. Pero Magnani estaba seguro de lo que había visto, entonces no dudó en darle una segunda oportunidad. A los quince días de esa prueba fallida, al formador le llegó una propuesta para sumarse al proyecto Barcelona, que buscaba captar jóvenes talentos para viajar a España y sumarse a la cantera del club blaugrana. Aceptó y llevó a Reniero, donde esta vez sí logró sobresalir. Con el correr de los entrenamientos, logró que lo seleccionen y se transformó en el primer jugador argentino en sumarse a La Masía a través del proyecto. Lo curioso es que al momento de llenar la ficha para que viaje faltaba la almohadilla para tomar la huella digital, entonces Magnani abrió el capot de su auto, le manchó el dedo con aceite y estampó la huella.
Fueron quince días en los que el Príncipe estuvo en La Masía, escuela de donde salieron jugadores como Xavi, Iniesta y hasta el propio Messi. Su aventura europea terminó a causa de un incidente confuso y lamentable: en las instalaciones del club se rompió un vidrio y alguien le echó la culpa, por lo que lo mandaron de vuelta a Argentina, a entrenar de nuevo en el predio de La Candela donde se desarrollaba el proyecto. A los pocos días Reniero decidió volver a Villa del Rosario porque extrañaba a su familia y el desarraigo pesaba más que el sueño de jugar al fútbol. Magnani, que ya había dejado el proyecto Barcelona, ahora trabajaba en Rosario Central lo convenció de hacer un intento más en el Canalla, pero luego de la prueba le dijeron que no tenían más lugar en la pensión por lo que no iban a poder ficharlo. Ya está, no quería jugar más. El formador lo acompañó a la terminal de colectivos de Rosario y cuando le compró el pasaje a Entre Ríos notó que el tipo que trabajaba en al boletería tenía colgado un banderín de Rosario Central. “No sabés el jugador que se pierden, ya te vas a acordar”, le dijo, y señaló a su descubrimiento. Después, sacó su tarjeta de contacto personal, escribió “Nicolás Reniero” en el dorso y se la dejó al empleado. “Estaba caliente porque a Nico no se le daba, entonces se me ocurrió hacerlo”, recuerda hoy. Lo increíble es que 10 años después, el San Lorenzo de Almirón logró un triunfo agónico en el Gigante de Arroyito con un un gol de Reniero a los 47 minutos del segundo tiempo. Ese día a Magnani le sonó el celular, atendió y escuchó al empleado de la boletería decirle: “No lo puedo creer”.
Después de ese día en la boletería, pasaron cuatro años en los que Reniero y Magnani perdieron el contacto. Sus caminos se volvieron a cruzar cuando Hugo volvió a Chajarí, esta vez a cargo de las infantiles de San Lorenzo para disputar un torneo en la ciudad. Reniero se acercó a saludar y su descubridor notó que tenía las manos muy lastimadas. “Recién termino de trabajar, estuve armando unos cajones de naranjas”, le explicó el hoy delantero de Racing. Magnani no podía entender como aquel enganche que tanta diferencia sacaba en los torneos de Chajarí no tenía un lugar en el fútbol. “Nico, ¿Qué querés hacer de tu vida? ¿En serio querés trabajar en el campo? Vos tenés talento para hacer mucho más”, le dijo, y lo invitó a probar suerte una vez más en Buenos Aires, esta vez en San Lorenzo.
Al lunes siguiente, Magnani fue a Retiro a buscar a Reniero que tenía que llegar en un colectivo a las 7 de la mañana. Nunca apareció. El captador de talentos lo esperó hasta las 11, porque pensó que tal vez el micro podría haber sufrido algún retraso, pero no hubo caso. Volvió a su casa, preocupado, y llamó por teléfono a Chajarí. El chico le atendió y le explicó que se había quedado dormido en la terminal y le pidió por favor que le consiga una prueba más. “No, Nico, así no va”, le dijo Magnani. Pero la insistencia del enganche de 17 años fue más fuerte y al día siguiente ya estaba en Buenos Aires. La prueba en San Lorenzo fue breve. La primera pelota que tocó, la paró de pecho y cruzó una volea al ángulo. Fanessi, coordinador de inferiores en ese momento, se paró y le dijo a Magnani que “no había más que mirar”. Por fin, Reniero encontró en San Lorenzo un lugar para poner en marcha el sueño de llegar a primera.
Ya en San Lorenzo, fue goleador y campeón en Cuarta División. En 2016, sin lugar en primera, fue cedido a préstamo a Almagro donde marcó 15 goles en 37 partidos, lo que le permitió volver al Ciclón con cierto cartel. Convirtió 12 goles más en 71 juegos. Coudet y la secretaría técnica dirigida por Diego Milito querían a Reniero en Racing. El entrenador le dijo a Víctor Blanco que valía la pena hacer el esfuerzo económico para ficharlo y le aseguró que iba a poder venderlo por una cifra superior a los cuatro millones de dólares que invirtió en él. Chacho ya se había imaginado los dos goles que convirtió el Príncipe: durante el mercado de pases, vio en Wyscout, la plataforma de scouting más popular en el fútbol mundial, que pese a no haber convertido muchos goles de cabeza en San Lorenzo, Reniero tenía mucha facilidad para impactar con ambos parietales, además de una buena técnica de salto.
Por lo general, dos o tres amigos lo esperan a la salida del entrenamiento en Racing. Tal vez porque todavía le cuesta estar solo, lejos de su familia. Hoy, lejos de pensar en pegar la vuelta a Chajarí para ponerse a armar cajones de naranjas aunque extrañe, Reniero expone sus origenes en dos tatuajes que lleva en la piel. En su antebrazo izquierdo dice: “Nacer en Villa del Rosario fue y será lo mejor que me pasó en la vida”. Y en los ocho dedos de sus manos, sin contar los pulgares, se leen las ocho letras de la palabra “humildad”.