Racing y Beccacece juegan sin miedo

Racing y Beccacece juegan sin miedo

A Beccacece no le importaba que su Racing solo había conseguido dos empates aburridos en sus primeros dos partidos como entrenador. En la conferencia de prensa posterior al 1 a 1 contra Argentinos Juniors un periodista le preguntó si el partido siguiente podía ser importante para su continuidad, y él se río. A más de uno lo pudo sorprender o inquietar la tranquilidad con la que el entrenador convivía con el presente de un equipo que no expuso en el campo muchos argumentos futbolísticos que presagien un futuro esperanzador. Pero en definitiva, los únicos que conocen en plenitud el estado de forma de un equipo y las capacidades de cada jugador son los entrenadores. Y Beccacece cuando ve entrenar a los suyos siente seguridad, porque ve que dirige a un grupo sin miedo.

Antes de ver un partido de semifinales de la Champions League 2018/19, Beccacece le dijo a un amigo que el equipo que más le gustaba era el Tottenham de Pochettino. En esa instancia también estaban el Barcelona de Messi, un Ajax sensacional y revelador lleno de jóvenes y el demoledor Liverpool de Mané, Salah, Firmino y Klopp. Que el entrenador de Racing destaque a los Spurs entre esos cuatro equipos cuenta mucho sobre su forma de ver y sentir el juego: el equipo de Pochettino era el más colectivo de todos. Por supuesto que tenía jugadores gigantes, pero ninguno se destacaba más que el equipo entero. Era agresivo, corto y se mataba por recuperar la pelota cada vez que la perdía. Después de ganar su primer Clásico de Avellaneda no quiso analizar tanto el partido en público, porque entendió que el protagonismo le correspondía más a lo épico que a lo táctico, pero lo primero que destacó del juego y del 11 contra 11 fue la actitud del equipo para correr más hacia adelante que hacia atrás tras la pérdida de la pelota: “Tengo la imagen de tres jugadores nuestros presionando contra uno en campo rival”.

Cuando el partido y la lógica todavía se llevaban bien o no tan mal, Racing en posesión se paró con un 3-3-4. Pillud arrancaba como stopper derecho y junto a los centrales armaba una primera línea de tres jugadores. Por delante, Marcelo Díaz era el eje y a sus costados jugaban Miranda y Rojas, abiertos. Lolo, el jugador más de Beccacece de todos, bajaba a la posición de lateral izquierdo mientras Mena se iba como un wing y Barbona se internaba. Rojas encontró en el centro del campo una zona en la que podía recibir siempre la pelota cuando la jugada salía por la izquierda, y sabía que sobre la derecha siempre iba a tener a Montoya como extremo, dispuesto a jugar mano a mano con Sánchez Miño. El dibujo no era fijo. Cambió constantemente. Pero esos cambios estuvieron sostenidos por un mismo concepto, por una forma de ocupar los espacios y las alturas del campo para poder sostener la tenencia de la pelota y llevarla de lado a lado, con la premisa de iniciar por izquierda y finalizar por el lado opuesto. Como en esa jugada del primer tiempo en la que Montoya rebalsó de amor propio y reventó el travesaño con un cachetazo de tres dedos.

Para Beccacece tener miedo no es un defecto. De hecho, le molesta que exista esa construcción popular que le impide a un futbolista permitirse ser vulnerable como cualquier otra persona. Es probable que, en alguna de sus habituales búsquedas profundas entre textos de filosofía, se haya encontrado con una frase enorme y vigente de Nietszche que habla sobre miedos y corajes: “Solo puede ser intrépido quien conoce el miedo pero lo supera, el que mira el abismo con orgullo”. Ver a Loustau expulsar a Sigali a los seis segundos de un segundo tiempo se parece bastante a verse al borde de un abismo. Porque eran dos jugadores menos. Porque parecía injusto. Porque mientras Racing se preguntaba qué estaba pasando Sánchez Miño estaba a punto de patear un tiro libre a 25 metros del arco. Porque en el fútbol no hay tiempo para asimilar la injusticia, hay que jugar. Y si quedarse con nueve jugadores contra once es parecido a estar al borde de un abismo, guardarse el último cambio para hacer entrar a un delantero es mirarlo con orgullo.

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