Mostaza Merlo, el hombre detrás de la estatua
Uno de los cuatro ídolos contemporaneo de la vida moderna de Racing, junto a Basile, Milito y Lisandro López, cumplió 70 años. Mostaza Merlo, el gesto del Apertura 2001 estuvo de aniversario, y en Identidad Racinguista replicamos la nota de Matías Ruffet, periodista de Crónica, para el sitio oficial de La Academia.
Es jueves 27 de diciembre de 2001. El estadio José Amalfitani está repleto. El Presidente Perón, también. En el vestuario visitante, en Liniers, Racing se prepara para salir a la cancha a buscar el título. Los jugadores ya están listos. Algunos, todavía sentados, terminan de atarse los cordones. Otros, más impacientes por salir al campo de juego, dan saltos en el lugar. Suenan los tapones contra el piso. Encima de ellos se escucha a la multitud celeste y blanca que grita con todas sus fuerzas por el sueño tan cercano. Antes de salir al pasillo que los llevará al lugar donde intentarán quebrar 35 años sin el campeonato, previo a ese último estallido en el que se prometerán otra vez quedarse con la gloria, habla él. En el espacio que para los futbolistas es sagrado, todo el bullicio del alrededor parece en pausa cuando toma la palabra el técnico que está a 90 minutos de convertirse en leyenda, el hombre que para los fanáticos será un Dios de voz ronca que los guiará a la consagración. «Muchachos, hay dos canchas llenas, no podemos jugar con la ilusión de esta gente. ¡Tenemos que salir campeones sí o sí!».
Mostaza Merlo no es escritor, pero sus palabras componen la biblioteca de la historia grande de Racing. «Paso a paso» fue el título de su best seller futbolero, al que construyó con un plantel comprometido que terminó el Apertura 2001 con la palabra tan esperada: campeón. Merlo es Mostaza porque, más allá de lo que indique el documento, Reinaldo a él no le gusta. Pero más allá de la predilección por su apodo antes que por el primer nombre, Mostaza Merlo es Racing. Aunque su nacimiento futbolístico fue en River, el único club para el que jugó durante 15 años, la gesta que protagonizó con la Academia -justamente ante el Millonario- lo marcó como patrimonio histórico del primer campeón del mundo. Estuvo cerca de firmar por Racing en 1984, cuando quedó libre en Núñez, pero el destino le reservaría como técnico un lugar preponderante en Avellaneda.
No necesitó vestir la celeste y blanca para convertirse en ídolo de Racing pero sí tuvo en cuenta a un par de camisas. Un detallista en la estrategia de cada partido, pero también amante o esclavo de las cábalas, sólo usó dos durante la campaña del título y el cambio obedeció a la única derrota del equipo. En el menú de obsesiones, Mostaza y el Polaco Daulte, su hermano de la vida y ayudante de campo, tenían un dogma gastronómico: debían comer un choripán antes de cada partido. Creer o reventar, la única vez que no lo consiguieron fue en la Bombonera, donde la Academia tuvo su caída en el camino a la gloria. El verdugo fue el Boca de Carlos Bianchi, el entrenador que alguna vez había fantaseado con dirigir a Racing porque «sacarlo campeón es quedar en la historia».
Después de aquel traspié, cuando Mostaza decidió pasar a usar su otra camisa, la temperatura de noviembre era cada vez más alta. El termómetro, que se asemejaba al de un pueblo que un mes después estallaría contra el Gobierno, indicaba que era tiempo de mangas cortas. Sin embargo, un integrante del plantel no podía modificar su vestimenta. «Negro, vení, ¿estás loco? ¡Tenés que ponerte la campera!», fue el grito del técnico para Alexander Viveros, quien antes de salir de la concentración para enfrentarse con Gimnasia no llevaba puesto un abrigo al que le habían atribuido buenas energías. El mediocampista colombiano, uno de los refuerzos pedidos con insistencia por Mostaza, recuerda aquella anécdota graciosa (se puso la campera pese al calor y fue victoria 4-1), pero sobre todo destaca que el hombre-estatua «fue muy importante para llevar al grupo y la presión que había por los 35 años. Era un entrenador inteligente e intuitivo, hacía sentir importante a cada uno».
Tan intuitivo fue Mostaza que, previo al partido con Colón, en la décima fecha, les anticipó a Campagnuolo y Barros Schelotto que un triunfo ante ese rival significaría que el equipo iba a ser campeón. En pleno encuentro, uno de esos que en la tribuna se cataloga como partido chivo, la intuición volvió a aflorar: no sólo porque puso a Maceratesi, quien después de un jugadón de Milito definió el partido, sino porque mandó a la cancha a Viveros y le pidió que hiciera «su juego» de manejar la pelota y controlar el ritmo, pero -como si hubiera viajado en el tiempo- también le imploró que no entrara en ningún roce innecesario. El talento de Viveros no fue bien tomado por los rivales, que comenzaron a insultarlo hasta que Bedoya les hizo frente y, como consecuencia, vio la roja. Racing ganó 2-1 pero Mostaza estaba tan enojado que entró al vestuario y pateó todo, a tal punto que una botella pasó cerca de la cabeza de Chatruc.
Transcurrieron más de 18 años de la conquista del título pero Mostaza hoy también podría tirarle con algo por la cabeza a Pepe, uno de sus jugadores predilectos: hace un tiempo lo llamó para pedirle que no lo imitara más, ya que lo había visto hacer eso en la televisión por enésima vez. Uno de los momentos inimitables de aquel Racing de Merlo tuvo como protagonista a Chatruc. En La Plata, donde el tren de la ilusión llevó a una multitud, el equipo perdía 2-0 con Estudiantes y la levantada comenzó en el entretiempo. «¿Nos vamos a cagar en las finales?», lanzó Mostaza en el vestuario, a sabiendas de que el fuego sagrado del plantel le daría una respuesta: fue un épico 3-2 sellado por Pepe. Merlo no es un showman, como Chatruc, pero supo ser hombre de medios. No sólo de aquel de River que integró con Jota Jota y Alonso, sino también de los de comunicación, en los que analizó cada fecha del fútbol doméstico en una mesa radial.
Cultor del bajo perfil, rompió el molde en el living de Susana Giménez y se animó a contar algunas cuestiones de su vida. «No me casé porque nunca me enamoré. Estuve muy bien en pareja con alguna chica, pero nunca totalmente», reveló en el programa de la diva, a quien le dio una definición tajante sobre qué lo motivó a vivir solo desde los 26 años: «No viví con nadie yo, eh. Nooo, nooo. La convivencia no. Si vos convivís, no tenés pasión. ¡No hay pasión!». El despliegue que mostraba adentro de la cancha, donde parecía contar con más de dos pulmones -aunque le atribuyen haber declarado que tenía «uno solo, como todo el mundo»-, también lo reservaba para las noches de los domingos y de los lunes, cuando gambeteaba a alguna de sus chicas para ir a los boliches. Sin embargo, una de esas salidas terminó con expulsión: una revista lo mostró en Mau-Mau, por lo que su novia -a quien le había dado otra versión- le sacó la tarjeta roja.
Mostaza, quien en distintas épocas consideró a Susú Pecoraro y Cecilia Milone como las más lindas de Argentina, no lloró por ninguna relación terminada pero sí por una mujer: Selva, su mamá. En 1998, cuando ella se fue, decidió no celebrar más las fiestas y optó por quedarse solo a la hora del brindis. No tiene hijos, pero la marca que dejó en Racing tiene tanta fuerza que los hinchas lo sienten cercano como a un familiar o amigo de toda la vida. En los primeros años posteriores a esa pérdida tan significativa, sólo salía después de las doce para llevarle regalos a sus sobrinos nietos. El día de la vuelta olímpica con la Academia, justo en la semana de las fiestas, no lloró públicamente pero sí tuvo que contenerse -horas después- al dedicarle el campeonato a su mamá en Fútbol de Primera. La cortina que acompañaba las promociones de aquel programa en 2001 era «Loco un poco», título que podría sintetizar la reacción que tuvo cuando volvió de dirigir en Colombia. Gustoso de los relojes, por coquetería o para mirar la hora como después del histórico gol de Bedoya a River, al regresar de Medellín se enteró del interés de Racing y no dudó: «Si nos contratan, te regalo el reloj que me compré», le dijo a Daulte, uno de los hinchas que vivió desde adentro la gesta y que hasta hoy atesora el obsequio de primera línea de su amigo, un hombre de palabra.
«Si algo sabemos los escritores, es que las palabras pueden llegar a cansarse y enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos», afirmó una vez el escritor Julio Cortázar. En 2007 Racing no coqueteaba con la gloria. El gerenciamiento, que había llegado con un discurso que vaticinaba éxitos, transparencia y millones, sólo acumulaba fracasos deportivos y fraudulentas negociaciones. Y Mostaza, cansado de las mentiras del empresario Fernando De Tomaso, esta vez no necesitó de una vuelta olímpica para hacer otro valioso aporte en la historia: puso sobre la mesa el estado terminal del club. «En la semana ocurrió un problemita. El miércoles estuvo el presidente y se negó a hablar conmigo. Se negó a hablar conmigo y buscó el apoyo de los jugadores para echarme. Y los jugadores se deben a Racing, como hombres de bien, no se deben ni a Merlo ni a Blanquiceleste. Los jugadores se deben a Racing y se brindan y dejan todo en la cancha por Racing. Desde que yo llegué acá, Blanquiceleste me prometió un proyecto -hace una pausa- y no cumplió en nada. No cumplió en nada, Blanquiceleste no cumplió en nada ni conmigo ni con los jugadores».
«Los miro así a todos en la cara -a los periodistas-, (De Tomaso) no cumplió en nada. El año pasado estuvieron cuatro meses sin pagarme, ahora llevan tres meses, los jugadores tienen cronogramas de primas, entonces Blanquiceleste no cumple en nada. Pero quédense tranquilos que nosotros, el cuerpo técnico y los jugadores, vamos a sacar a Racing adelante. ¿Por qué? Porque yo acá llegué enceguecido y contento porque yo quiero mucho a esta institución. Pero Blanquiceleste no me cumplió, ni a mí ni a los jugadores. Buenas tardes y mañana nos vemos a la mañana». Ese fue el final de su segunda etapa, ya que De Tomaso lo echó automáticamente pero no podría poner freno a los reclamos que un año después marcarían la salida del gerenciamiento y la vuelta de Racing a la democracia. Ahí también estuvo el aporte de Mostaza.
La muestra de coraje que tuvo para denunciar al empresario que llevaba a la ruina al club no era la primera prueba de su temple. En 2001, año de pánico económico y cuasimonedas a nivel nacional, en la visita a Banfield -en Huracán- se repartían billetes con la cara de Mostaza. Su rostro simbolizaba cómo crecían las acciones del sueño de Racing y otra vuelta olímpica. Esa tarde en la que la Academia buscaba un triunfo que dejara el torneo casi resuelto, la ilusión se transformó en temor cuando Cervera quedó mano a mano con Campagnuolo. El Flaco, una de las figuras del equipo, evitó la caída y el partido terminó 0-0. Mostaza contempló esa acción con los cuernitos, otra de sus cábalas. Esa serie de manías, según contó entre risas, se las «contagió» un ex compañero de River que también es gloria de Racing: Perfumo. El Mariscal decía que, antes de salir a la cancha, la psiquis del futbolista es como la del torero porque «sale a escena con el miedo de jugarse la vida y por eso deja todo para sobrevivir». Y si el temor buscaba copar la escena después del empate con el Taladro, el hombre-estatua y sus palabras salieron a disipar fantasmas ante una pregunta de Tití Fernández, en pleno campo de juego.
– ¿Andás con miedo, Mostaza?
– ¿Cómo? ¿Con miedo de qué?
– Con miedo de que se caigan.
– No, para nada. Vamos a salir campeones.
– ¡Lo dijiste, finalmente!
– Ahora me enojé -sonríe-, vamos a salir campeones.
Los diarios, las revistas deportivas y los programas de radio y TV no hablaban del empate de Racing y del triunfo de River, que se ponía a 3 puntos a falta de dos fechas, sino del cimbronazo que generó el discurso de Merlo y el final de la cautela. «Vi que la gente se iba mal y busqué motivarlos a los jugadores», explicó, luego de conseguir el título, el líder que desde la cuarta fecha había dicho «paso por paso» y después «paso a paso», una frase de culto que utilizarían más adelante otras figuras, programas y hasta políticos. Convencidos de que era el hombre que todo lo podía, algunos fanáticos no dudaban en decir que Mostaza era el indicado para sacar adelante a Argentina, que había tenido cinco mandatarios en una semana. A diferencia de otros ex deportistas, no participó activamente en política pero por herencia de su papá Pancho, colectivero de la línea 7, se definió como un admirador de Perón. Le quedó pendiente conocerlo, algo que deseó y no logró en 1972, durante una gira del seleccionado por Madrid.
La camiseta argentina y los viajes no sólo estuvieron ligados a sus tiempos de futbolista, ya que también fue entrenador de los juveniles y ayudante de campo de su amigo Alfio Basile, el técnico con el que sufrió en el Mundial de Estados Unidos, donde a Maradona le «cortaron las piernas». Lejos de reclamar mayor cartel, disfrutó de aquella experiencia como asistente de Coco, otra leyenda de la historia de Racing. A Mostaza, cuya estatua ingresó al recinto de honor de la Academia en 2009, no lo desvela tener un rol principal y en muchas ocasiones esquiva los flashes. Durante los festejos de la Superliga ganada por el equipo de Coudet, en 2019, estuvo en el palco como invitado y generó la locura de todos los que lo vieron desde la platea A, pero evitó bajar al campo de juego porque entendía que las cámaras debían ir sobre los nuevos campeones. Hasta se avergüenza cuando las ovaciones que recibe superan a las dirigidas a otros protagonistas, como el día que ingresó a la cancha con Diego Cocca, el entrenador de la coronación de 2014, durante un amistoso homenaje a los planteles que guiaron a la gloria. Este símbolo que hoy cumple 70 años, quien le dio colores al póster de la vuelta olímpica, sabe internamente que cada vez que pise el estadio Presidente Perón sonará la más maravillosa música: «Vení, vení/ Cantá conmigo/ Que un amigo vas a encontrar/ Que de la mano del Paso a Paso, todos la vuelta vamos a dar».