Marcelo Díaz: historias y valores de los días del Chileno en Racing
Marcelo Díaz respira hondo y avanza. Primero camina despacio, como para no hacer ruido mientras Roa mira la pelota y le da la espalda. Se escabulle y luego empieza a trotar. Beccacece le grita que no se vaya y cuide el medio, pero la medialuna del área está libre y él podía llegar sin marca, pese a que Independiente tenía dos jugadores más en campo. Gol. En un puñado de segundos, un puente desde el sigilo hasta el estruendo más grande que atestiguó el Cilindro en los últimos años. Díaz sale corriendo. Primero para su izquierda. Abre los brazos, los agita, grita. Después gira, encara para la derecha. No sabe qué hacer. Quizás porque no está acostumbrado a festejar goles propios. Pero fundamentalmente, aunque la vida le haya puesto en frente más de un escenario para aterrarse, el Chelo no está acostumbrado a salir corriendo.
En Racing, Marcelo Díaz es sinónimo de contagio. El equipo de Coudet marchaba derecho camino al título. No se podía relajar porque la regularidad de Defensa y Justicia era una amenaza constante y cualquier tropiezo hubiese significado poner en riesgo la consagración. El chileno bajó al comedor subterráneo que tienen los futbolistas a un costado de Casa Tita. Era habitual que una o dos veces por semana almorzara solo o con empleados del club y no con el resto del plantel: sus entrenamientos solían ser más largos que los de los demás porque incluían sesiones de masajes preventivos. Faltaban tres días para visitar a Independiente en el Libertadores de América y el Chelo le preguntó a un empleado cuánto hacía que Racing no ganaba el clásico de visitante. Había ganado en 2015 por Liguilla, pero por torneo local la última vez había sido en 2001. “Bueno, el sábado les vamos a ganar y cortamos la racha”, contestó. Una parte del acto de liderar es inspirar. Con gestos, charlas y con el ejemplo, los días de Marcelo Díaz en Racing sirvieron para fortalecer la mentalidad ganadora y para traspasar tranquilidad a cada persona que se cruzara en los pasillos del club.
Coudet sacude la cabeza para los dos lados, con el ceño fruncido y una mano en la pera. Racing caía ante Lanús de visitante, en el último partido previo a la final del Trofeo de Campeones ante Tigre. Al día siguiente, el entrenador explica en un audio de Whatsapp que “cuando no está el Chelo patean todos para arriba”. “Nos falta ese contagio futbolístico que tiene él, que te lo da cuando te junta pases, cuando te la pide…”, agrega. Esa noche tampoco estaban Sigali ni Nery Domínguez y Racing prácticamente no pudo sacar la pelota limpia bajo la presión del equipo Granate. “A veces se confunde el tener personalidad con tirarse al piso o golpear una patada. El Chelo le dio mucho a ese Racing desde la personalidad porque la pedía siempre y le transmitía seguridad a sus compañeros”, explica Ariel Broggi, ayudante de campo de aquel plantel. A Nery Domínguez, en primer lugar, le tocó competir en el puesto con Díaz. Pero luego, al convertirse en marcador central, pudo compartir el terreno de juego y resume la experiencia en dos palabras: “nos divertimos”. “Nos pasábamos la pelota todo el tiempo para brindarnos seguridad y competir por el puesto nos potenció a los dos. De los partidos que jugamos juntos me quedo con la final con Tigre, que él la jugó prácticamente desgarrado y no erró un pase”, agrega. En realidad sí, erró solo uno de 54.
Lo único que saca de quicio a Marcelo Díaz es jugar al fútbol con tipos que no van al frente. O que juegan al fútbol como si la vida no se tratase de cruzar el río. Por eso la única vez que se lo vio levantarle la voz a sus compañeros y dar saltos de la bronca fue en el estadio Monumental, mientras Racing caía por 2 a 0 contra River en 2019. “A mi modo de ver la vida, si no arriesgo no lo cruzo”, explicó en una entrevista en la que le preguntaron si no le da miedo que un equipo salga jugando siempre. “Yo lo que trato de demostrar es que no hay que temer a jugar, a equivocarse… El error forma parte del juego mismo”, agregó. Y lo demuestra con el ejemplo: en la final de la Copa Confederaciones de 2017, Díaz se equivocó ante Alemania en una salida y perdió una pelota en la puerta del área propia que terminó en gol. El Chelo fue a rueda de prensa y dijo con lágrimas en los ojos: “Mi error fue lo único que marcó la diferencia en el partido y significó perder el título”. Horas después, publicó una carta en su cuenta de Instagram en la que además de pedir disculpas explicó de qué esta hecho: “Hace casi 14 años me tocó vivir la situación más dolorosa de mi vida familiar con el suicidio de mi querido hermano, siempre dije que el fútbol no me haría sufrir como aquella vez, pero estaba totalmente equivocado. Tal como lo hice esa vez, lloraré, lo pasaré muy mal, me sentiré horrible y guardaré una pena por el resto de mi vida, pero lo que tengo más claro es que me debo poner de pie y seguir luchando día a día, porque la vida es así y siempre lo he dicho, la vida es para los valientes y yo me creo uno de ellos”.
En su carta de despedida, Marcelo Díaz escribió que Racing se volvió su casa. No se trata de una frase hecha ni de un lugar común: los empleados que están cerca de los jugadores en el día a día lo destacan como uno de los más comprometidos con la vida diaria de la institución. El Chelo, por ejemplo, pasó tardes enteras en la oficina de la ex Secretaría Técnica haciendo preguntas y compartiendo su punto de vista sobre diferentes jugadores y equipos. “Una vez tenía que hacer tiempo para ir al entrenamiento del Femenino en el Tita y se quedó dos horas en la oficina viendo videos de Gustavo Iturra (volante de Racing cedido en ese momento a Santamarina de Tandil). Nos daba un punto de vista desde su experiencia, estaba muy interesado en lo que hacíamos”, cuenta un scout. En la semana previa a viajar a la pretemporada en Santiago del Estero, dónde se despidió de sus compañeros, compró 30 camisetas con su nombre en la tienda oficial de Racing y le regaló una a cada empleado del club con quien tuvo contacto en estos tres años. Antes de visitar el Maracaná para enfrentar a Flamengo en la vuelta de los Octavos de Final de la Copa Libertadores, también compró camisetas y se las obsequió a la terna de árbitros chilenos que encabezó Roberto Tobar, una tarea que suelen hacer los dirigentes para buscar una ayuda.
“Me llevo grabado en lo mejor de mi memoria la vuelta olímpica en el Obelisco, la copa que levantamos en Mar del Plata y la alegría de ese clásico inolvidable que –banana mediante- nos unirá por el resto de nuestras vidas”, escribió. Lo que deja, además de una página de historia firmada, es la demostración del verdadero valor de jugársela. Y de que, aunque estés con dos menos, si la medialuna del área está libre hay que avanzar.