Con ambición grande
Racing fue más que Independiente, controló el partido de principio a fin, tuvo situaciones, pero el rival se aferró al 0-0 y lo consiguió con un bloque defensivo superpoblado.
Entre la consigna de vulnerar con determinación ofensiva y preservar la zona propia con superpoblación tuvo vigencia la segunda, a cargo de Independiente. El Clásico de Avellaneda terminó en cero porque a Racing le faltó eficacia para hacer de su tenencia permanente un puente hacia la red.
El primer tiempo fue, con claridad, un territorio de Racing. Porque impuso las condiciones a partir de la posesión, porque movió la pelota y obligó a Independiente a correr de atrás. El rival no confirmó la presunción: desistió de jugar con dos extremos, colocó a Luna para reforzar el medio y esa tendencia se acentuó luego de la expulsión de Pérez, correcta por su infracción como último hombre sobre Baltasar Rodríguez. Desde entonces, la idea visitante fue abroquelarse. El 1-0 frustrado por VAR (Santiago Sosa, apenas adelantado, desvió una pelota cabeceada por Roger Martínez) debió haber puesto justicia.
Rey fue un obstáculo con diversas intervenciones ante remates de Johan Carbonero, Roger Martínez y Juanfer Quintero. Y cuando el arquero de Independiente no intervino fueron definiciones imperfectas, por caso un par de Adrián Martínez, que no permitieron la ventaja que la formación de Gustavo Costas debió haber obtenido frente a un adversario que apenas complicó una vez, de contra, y que acumuló la mayor parte del juego con siete hombres en las proximidades de su área grande.
Ya antes de que Independiente quedara con nueve (Vera vio la tarjeta roja a los 44 minutos del segundo tiempo, por doble amarilla), Racing reforzó el mensaje de su voluntad por los tres puntos, con dotación ofensiva que incluyó a Agustín Urzi de lateral izquierdo.
El 0-0 fue muy poco para Racing. No para el que llegó al Cilindro con el propósito del empate.