¿Y ahora qué?

¿Y ahora qué?

Las lágrimas tenían gusto a Ron. La música dolía, le agitaba los recuerdos. La mesita estaba sucia, el cenicero lleno, el potecito con maníes sólo mostraba los cadáveres. De las dos sillas en ese rinconcito del bar, una estaba ocupada, la otra había sido abandonada hacía segundos. La que tenía dueño funcionaba perfectamente como soporte, justo lo que Ismael necesitaba en ese momento.
Tenía la mirada perdida, el cuello de la camisa abierto, desprolijo, como sus arremangadas mangas. Las ojeras no eran de sueño, sino de llanto. Tan negras como su pelo azabache y enmarañado de tanto que se lo agarraba al agachar la cabeza. Tenía los ojos rojos por la sequía y algo más, pero el verde de sus pupilas combinaba perfecto con la cerveza color miel que tenía delante y por la mitad. Su cuerpo, por el contrario, pegaba perfecto con el
otro recipiente: vacío, apenas unos restos de espuma.
-¿Te traigo la cuenta?
La pregunta helada lo sacó de su abstracción. Se pasó un brazo por la cara y levantó la vista. Miró. No era una desconocida. En efecto, le agradaba bastante, la veía cada vez que iba a aquel bar zaparrastroso a sentirse mal. No era para nada una desconocida. Ismael empezó a pensar y se dio cuenta que aquella mujer lo había visto en todas las condiciones deplorables de su último tiempo. Trató de hablar, pero la boca quedó a medio camino. La
muchacha lo notó.
-Dame un minutito, ya te la traigo.
Ismael le agradeció con una suave cerrada de ojos. Miró la hora, eran casi las once de la noche, sabía que tenía que trabajar al otro día. Debía irse. Pero no quería. Sabía que mañana sería igual de feo y encima con resaca. Pensó en no ir al trabajo, ¿para qué?, no iba a poder trabajar. Inventaría una excusa, zafaría. O eso pensaba.
-Acá está.
Otra vez lo tomó por sorpresa. Y otra vez, milésimas de segundos más tarde. La mujer no tenía la ropa del trabajo, aparentemente ya había terminado su turno, tenía una cerveza en la mano que explicó que era para compartir y se había sentado en la silla que estaba vacía.
Ismael se quedó mirándola, preguntándose a dónde quería llegar la chicha.
-Sí, me voy a quedar. Tengo un rato hoy para charlar y escuchar, supongo que lo necesitás. No es la primera vez que te veo así, tampoco la primera que venís acá para llorar. Contame,
¿qué pasa?
-¿Tu nombre?
-Katrina, ¿el tuyo?
-Ismael.
-Bueno, ahora que nos conocemos, ¿qué pasa?

Ismael no entendía. La miraba y no podía resolver el enigma de su cara. Ella se reía y daba sorbos a la cerveza, jugaba con el silencio. La confusión de su cabeza comenzó a pedirle a gritos que pensase una respuesta.
-No importa, a nadie le importa -sentenció.
-Ah, qué duro. Pero, aunque a nadie le importe, algo pasó, según veo.
-Sí, pero, ¿qué tiene que ver eso con que te sientes en frente mío?
-Ahí vamos, ya soltaste un poco más la lengua. Te soy sincera, nada tiene que ver.
-¿Y entonces?
-Te dije que tenía un rato para escuchar y charlar. Pero parece que no te interesó demasiado, así que voy a proceder a contarte una historia. Como no querés hablar, vas a escuchar.
-¿Qué tipo de historia?
-Sobre un partido de fútbol que no le importó a nadie.
Ismael se dispuso a escuchar, no podía negar que, a pesar de todo lo que lo tenía mal, algo le atraía de la situación. Katrina no paraba de hablar. Aparentemente, aquel partido entre Gimnasia y Racing había tenido como atractivo muchas más cosas que el once contra once en sí. El paisaje que le pintaron le pareció bonito. Una mañana cálida, la cancha del Lobo bañada por un sol tierno que anunciaba la primavera. Se enfrentaron por la Superliga. La
Academia, el vigente campeón, contra el conjunto de La Plata, al borde del descenso.
Pero, por noventa minutos, esos detalles no importaron. Ismael se quedó pensando: “¿Por qué si el evento era aquel partido, semejante información no había tenido valor?”. Katrina le explicó que ni los jugadores de ambos equipos sabían si realmente estaban jugando o si en verdad estaban colaborando en el partido de alguien más. Porque lo cierto es que esa mañana casi mediodía tenía dos partidos en el mismo lugar y al mismo tiempo.
-Pero eso es imposible, Katrina- le dijo Ismael y dio un sorbo a la cerveza.
-Las cosas imposibles requieren de personas colosales, por eso el protagonista del otro partido era nada más y nada menos que Diego Armando Maradona.
Una de las cejas de Ismael se arqueó, sorprendido, otra vez. Katrina le contó que las tribunas estaban colmadas. Había caras gigantes impresas de Maradona, el nuevo entrenador de Gimnasia. También banderas que hablaban de él. Y más socios, puesto que desde su llegada al club habían aumentado considerablemente. El partido de él es
diferente, pero dominador: en la transmisión de TV, la muchacha había tenido la sensación de que habían dicho más veces el nombres del astro que de los otros veintidós que se pelearon por hacer más goles que el otro. Había pesado más el quién estaba allí que el qué estaba pasando. No era para menos, la historia regresó al fútbol argentino para intentar un milagro.
-¿Para qué jugaron, entonces?- preguntó Ismael.
-Porque algo tienen que hacer, es su trabajo.
-¿A qué querés llegar?
-A que, si bien ese partido no le importaba a nadie, algo había que hacer.
-¿Y qué pasó?
Había hecho la misma pregunta con la cual ella lo había acorralado. Katrina, brevemente, le explicó el desarrollo del partido y cómo Racing se había puesto en ventaja con un gol del Pulpo González. El Lobo también aulló: empató de cabeza, para que el estadio vibrase y todos los ojos y las cámaras mirasen a Maradona, que lo gritó fuerte, fuerte, dejando relucir el Zafiro que lleva en el dedo. Y cómo -aquí Ismael hizo cara larga- la alegría, el revuelo, la
emoción, la revolución, había sido efímera, porque Matías Zaracho se encargó de terminarla cuando marcó el 2-1.
-Entonces, a pesar de Maradona, hubo otro partido, que en realidad debería haber sido el
evento principal. Sigo sin entender- confesó Ismael.
-Es justamente eso. Se jugó, tenía que jugarse aunque la importancia residiese en otro lado.
-¿Me estás diciendo que tengo que jugar?
-Más vale. El partido recién empieza. Deberías hacer como los goleadores del partido de
Gimnasia y Racing.
-Jugar.
-Hacer algo al respecto, Ismael.
-Pero si no te dije lo que me pasa.
-No me importa. Sí me pesa lo que hagas ahora con lo que pasó, porque lo que pasó,
justamente, pasó.
-Ahora creo que me cerró.
-¿Y qué vas a hacer

-Voy a pedir un poco más de cerveza.

 

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