La pizza interminable

La pizza interminable

-Dale, loco, sacame esas pizzas, no seas así- gritó Javier.

-Siiiii, dale, una pisitas, Boquita y Lacadé. Una belleza- dijo Valentina.

-Peren, che, hay que hacer las cosas lento para disfrutarlas un poquito más- respondió Catriel, que amasaba con fuerza y placer, apretando bien la masa contra la mesa enharinada.

Iban 10 minutos de partido. El sol ya no estaba, viernes a la noche, el grupete se había juntado a comer y ver fútbol. Javier y Agustina de Boca. Carmen y Raimundo de Racing. Catriel, el cocinero, neutro y supersticioso. Estaban ansiosos, en el match pasaba poco. La única anécdota hasta el momento pertenecía a Alexis Soto. Un tubo dulce como el vino Mistela que se estaban bajando.

Catriel miraba el partido, pero el suyo. Harina, agua, aceite, levadura y una pizca de sal. La idea era comer mientras Boca y Racing se disputaban la victoria. Por alguna extraña razón que el grupo desconocía, porque el cocinero era un tipo misterioso, no estaban comiendo desde el arranque. El dueño de casa amasaba. Para la derecha, izquierda, derecha, arriba, abajo, izquierda, presión contra la mesada de mármol. Una habilidad similar a la del enganche. Javier, Agustina, Carmen y Raimundo estaban hambrientos.

La tele estaba en el living. Catriel podía ver desde la cocina, se lo notaba preocupado, era un perfeccionista y la pizza tenía que salir divina. El cuarteto estaba pegado en el sillón a puro vino y cerveza, mamándose para poder llevar el aburrido 0-0. Una picada ocupaba la mesa ratona. Quesito, jamoncito, salemecito, aceitunitas. Picaban porque esperaban el plato principal, aunque dudaban de su pronta llegada.

-Catriel, media pila, hermano, dijimos de juntarnos a comer, el 0-0 nos está matando. Vos también querés, dale, no seas así- le dijo Agustina.

-Si no sacás las pizzas, ¿qué hago con las flores, Catriel?- apuró Carmen.

-Hay que esperar, sean pacientes, no me molesten- se defendió Catriel.

El grupete se resignó, no enroló nada, se limitó a tomar alcohol y disfrutar de la picada, como Matías Rojas y el Churry Cristaldo. Porque el paraguayo, a los 26 minutos de juego, le puso un pase cortado como quesito de fiambre al portador de la 9 que aguantó, esperó, se acomodó en el área y pensó, una virtud de pocos. Entonces lo vio, Matías Zaracho entró y el loco se animó a tirarle el centro, fruto de la paciencia. Atrás y ¡Pum! Arriba la puso el número 28. Festejó el Chacho Coudet y toda la Academia.

-¿Vieron? Hay que esperar, como el Churry, ya van a ver.

-¡Andá a cagar!- gritaron todos al unísono.

Catriel estaba tranquilo. Trataba la masa con cuidado, un poco más y le daba un abrazo y un beso. La aplastaba con cariño, la amaba, la acariciaba, la cuidaba, debía ser perfecta. La mesada estaba blanquísima, ni siquiera estaba precalentando el horno, las fuentes metálicas ya estaban aceitadas. Les pidió a los cuatro que lo ayudasen a limpiar y que, si lo hacían, en 10 o 15 minutos la pondría a levar.

-Pero, Catriel, vamos a comer en 2023 y a Zaracho se le va a acabar el contrato de vuelta. Acaba de renovar encima, no sabés el ruido que nos hace la panza- dijo Raimundo.

-Está bien, por el caño sabroso que tiró Frank Fabra hace un ratito, me pongo a hacer el tuquito- dijo el cocinero.

-Nooooooo, ¿reciéeeeeeen ahoooooora el tuuuuuuuuco?- se quejó Carmen.

Catriel hacía oídos sordos, estaba muy concentrado. Aprovechó la patada de Franco Soldano, el delantero obligado a metamorfosear a número 8 como cucaracha de Kafka, en el minuto 40 para dejar de hacer todo lo que estaba haciendo. El cuarteto estaba muy concentrado en si había sido roja o amarilla la patada a Leo Sigali, que debió ser reemplazado por el dolor. En su lugar, entró Alejandro Donatti. Aprovechó y cambió al tuco de hornalla para que se cociese más lento.

Pudo aguantar poco, porque en el entretiempo, al igual que Gustavo Alfaro, entrenador de Boca, y el Chacho, su par de Racing, que se le fueron al humo a Fernando Echenique, el referí, el cuarteto lo fue a buscar con un ímpetu digno de los equipos que van a rascar un empate relegando la defensa y de visitante.

-Pero peren un segundo que la noche recién empieza, che. Llénense la panza de escabio, borrachines- dijo Catriel.

-Se nos acaba la picada, gil de goma, queremos pisita y arrancarlo. Pero no queremos morir de hambre, si estuviese intenso el partido vaya y pase… SACÁ LAS PIZZAS DE UNA VEZ- gritó Raimundo.

-Bueno, pongo a precalentar el horno- concedió el cocinero.

-Yo no te la po creé- se quejó Agustina.

Catriel cedió, dejó el palo de amasar y puso la masa en sus respectivos moldes. Cinco pizzas pretendía sacar, para que falte y que sobre. Se la bancó, eh, como buen número 9, potente y corpulento. Como Racing en el segundo tiempo, que aguantó el resultado más que dejarse llevar por la ambición de ampliar la cantidad de pizzas. El cocinero se defendió y se defendió, cocinaba lento, miraba cómo los minutos pasaban y cómo el odio de sus amigos aumentaba a cada segundo, porque el partido era un embole. Se puso a cortar el queso y a lavar lo que venía ensuciando. Cada tanto le daba un sorbo al vino y robaba un jamoncito de la mesa.

Tan aburrido fue el segundo tiempo que le costó horrores a Catriel calmar la ansiedad de sus compinches. Que no podía ser, que siempre tenía una excusa, que por qué el horno calentaba tan lento, que nunca habían visto una masa levar tanto, que tenían más hambre que hace dos minutos porque a cada segundo tenían cada vez más hambre y mientras más minutos pasaban el hambre se convertía en una cosa que les carcomía el estómago del hambre que tenían. Catriel, paciente y misterioso, ya había metido dos en el horno, porque se dio cuenta de que la picada y la línea de cinco del Chacho con el ingreso de Lucas Orban por el Licha López no iba a aguantar demasiado.

-¿CINCO MINUTOS?- gritaron con tono de queja el capitán de Racing y todos salvo Catriel.

-Ya les dije, lento, termina el partido y salen estas bellezas, tranquilos- dijo el cocinero.

Ni le contestaron. El aburrimiento y el hambre ya los habían sacado de sí. Estaban borrachísimos con ganas de liquidar a Catriel. Fernando Echenique pitó el final y la espera no daba para más. Agustina, Javier, Raimundo y Carmen se pararon y fueron corriendo a la cocina. Para su sorpresa, cuatro pizzas hechas y una quinta por salir del horno, los estaban esperando.

-¿Sos joda, Catriel?- preguntó Javier.

-Yo no te la po creé- exclamó Agustina.

-Qué soretito- replicó Carmen.

-Yo te perdono- aflojó Raimundo.

Ya todos atragantados, lo miraron a Catriel que sonreía como Joaquín Phoenix interpretando al Guasón. Hasta se reía como un loco. Llegó el momento. Ya comidos, con el partido definido, le preguntaron al cocinero por qué carajo habían comido tan tarde y sin fainá.

Catriel, se acomodó el delantal negro y su flequillo negro y dijo:

-Ustedes ya sabe como soy. Pasa que una vez leí en esa revista de antaño, El Gráfico se llama, que en La Boca había nacido la fainá. Ustedes saben lo mucho que me gusta esa cosa, sabrosa, golosa. Pero decía la Biblia del deporte, que cuando Boquita perdía, la fainá se quemada. No me la quería jugar, soy perfeccionista. Quería esperar hasta que termine todo para decidir qué hacer. Y bueno, ganó Racing, quería mantener esa alegría aunque sea para dos de ustedes. Porque, si se quemaba la fainá, no iba a haber felicidad para ninguno. Así, aunque sea, un par me van a entender. Se llevaron los tres puntos y una rica cominola. El resto, perdóneme, pero no me podía arriesgar al descontento de los cuatro.

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