La copa del orgullo

Por Darío Lifrieri

Cada 18 de junio me pasan cosas parecidas. Pienso en ese equipo y enseguida concluyo en que nos devolvió parte del orgullo perdido (nada tiene que ver con el amor, que recorre un camino distinto). Me refiero a sentir desde adentro del campo la identificación con un equipo para volver al lugar que, por convocatoria y títulos, merecíamos.

Esos años me conectaron con las historias que de chico, camino al Cilindro o en reuniones familiares, eran eje de las charlas entre mi abuelo, mis tíos y mi viejo. Anécdotas que se añoran y que en cada almuerzo o café parecen vividas por mí… Porque si algo tiene la mente humana es adueñarse de un recuerdo ajeno como propio. Sin embargo, no estaba ese olor, emoción ni lágrimas en los ojos que trae la melancolía por lo presenciado. Ahora que escribo, hasta podría decir que ese equipo me sentó virtualmente en ESA mesa donde se contaban hazañas.

Los que me conocen o alguna vez me “sufrieron” en radio, saben que insisto mucho en mirar los contextos a la hora de analizar. Y en el camino de la obtención de la Supercopa, estoy convencido que todo nació años atrás como parte de un proceso que puso de pie a Racing: allá por octubre de 1985 cuando Alfio Basile se hizo cargo del equipo en la Primera B, culminando el ascenso en cancha de River ante Atlanta con el recordado gol de Sicher.

Esto no sólo lo pienso por los nombres propios que se repiten en el ascenso y la noche de Belo Horizonte, sino por la forma con que ese grupo afrontó tiempos complejos. El contexto era de una época dolorosa, donde ponerse la pilcha de Racing no era sencillo. La estadía en la B se prolongó más de lo pensado -con el antecedente de San Lorenzo fresco- cuando muchos pensaron que sería un trámite; sin embargo, a la piel ya curtida de los que tenemos más de 45, nos agregaron una marca más. Un año y medio después, la vuelta a primera estaba en duda. Con ese panorama, ese plantel mostró una cualidad que lo destacó en esos años “dorados” hasta 1989: el carácter. Lejos de hacer un análisis táctico, los equipos de Basile en ese período (con el impasse de 1986) tenían una agresividad bien entendida, una convicción y una determinación, que supo maquillar las carencias individuales y hasta, por momentos, el desorden colectivo de un once que iba con mucha gente y volvía con pocos.

El camino de esa Supercopa se inició con cierta indiferencia; se sabía que arrancaba un torneo internacional con los mejores de América pero el foco estaba en ganar el torneo local. Racing había terminado 1987 arriba de todos en esa primera rueda, y a la muy buena base que venía trabajando junta desde el ascenso, se sumaron la categoría internacional de Fillol y Rubén Paz; la energía revitalizadora de una apuesta venida de All Boys que empujaba desde la zaga como Néstor Fábri; la capacidad, ubicuidad e inteligencia de Ludueña en el centro del campo; y los goles del Toti Iglesias. Imposible no soñar con lograr ese ansiado grito a nivel local tras una primera rueda de alto nivel. Aún conservo, en mi baúl de los recuerdos, la tapa de la Revista Racing en su última edición de ese año, levantando las copas para festejar lo hecho en cuanto a competitividad y augurando lo que todos esperábamos para 1988.

Pero (en esos tiempos, casi siempre había un pero en el camino del hincha de Racing.) En el reinicio del torneo el equipo bajó mucho el rendimiento, comenzaron las lesiones  y el Newell’s de Yúdica, con quien compartíamos la punta, se escapó. Apenas una victoria sobre 9 partidos, el 3 a 2 vs Talleres, la tarde de reapertura parcial de la bandeja superior. Con derrotas en los clásicos vs Boca y San Lorenzo, hicieron que se cambiara el objetivo y el sueño del campeonato quedaría pendiente por 15 años-que Mostaza Merlo se encargaría de romper- pero es para otra historia. El cruce en el debut de Supercopa fue a fin de febrero ante un Santos devaluado, con triunfo cómodo por 2 a 0 ante poca gente, y revancha con empate en Brasil. La serie se dio justamente en medio de esa mala racha en el torneo argentino, lo que fue un guiño de la fortuna (¡al fin!) para avanzar por sorteo en cuartos de final y, con más de 2 meses de parate hasta el juego de semifinales, como para recomponer el rumbo y recuperar lesionados.

El equipo había perdido juego y confianza en la previa al duelo clásico ante River (en la ronda anterior se superó a Gremio), y el team del Coco se desprendió de su artillero, el Toti Iglesias. Además Rubén Paz, el crack en el que se depositaron las ilusiones, tenía un semestre para el olvido y plagado de lesiones. El panorama para ese entonces, como lo fue desde 1967 en adelante, no era el mejor. Sin embargo, en ese momento apareció nuevamente el coraje y la audacia del grupo para dar un plus en las semifinales ante el equipo de Griguol y tocaría la final ante Cruzeiro, que había eliminado con autoridad a Independiente, Argentinos Juniors y Nacional (U) en su camino.

Para entender un poco más la hazaña de 1988, hay que saber que íbamos de punto a una cancha casi inexpugnable, ante un River que aún tenía varios campeones de América y del mundo en su plantel; y mientras tanto viendo, sintiendo y sufriendo como se escapaba una chance más de cortar la sequía doméstica. Todas las dudas y temores, murieron el 1 de junio, con ese cabezazo de Néstor Fabbri.A partir de ahí, al menos en lo personal, sentí lo mismo que al ganar el clásico en febrero de 2019, cuando Zaracho hizo el tercero. “Darito, esta vez se te da”, me dijo mi otro yo.

La cuestión es que en esos años, una cosa era sentirlo y otro decirlo; porque el de la Supercopa fue, para muchos, nuestro grito de desahogo tras varias malas. Entonces, esas dos semanas fueron interminables. Recuerdo la cola en la Sede de Villa del Parque para sacar el bono para socios y las entradas para toda mi familia; e ir con mis viejos, mi hermano y mi abuelo fue un sueño hecho realidad. Ese lunes feriado relució toda la categoría de Miguelito Colombatti al acariciar una bola que quemaba y que pesaba, cuando el partido se iba en empate y quedaban 90 en Brasil. Tal vez, de no entrar esa pelota, no estaría escribiendo estas líneas. Otro grito agónico, otra alegría, otro indicio de que se nos iba a dar. Esa semana intenté juntar la plata para viajar a Brasil -obvio a escondidas de mis viejos, aún tenía 15 años- pero muchas ganas y poca plata. No se dio, así que a sufrir por TV. El resto es historia conocida y no da aburrir a los más jóvenes.

Me quedó siempre la sensación que se consiguió  para lo que había competido ese plantel entre 1986 y 1989 pasando mil peripecias: desde el calendario pre mundial 86 que nos mató de ansiedad, con los mil amistosos “falopa”para subsistir, y los viajes a Mendoza para cobrar (otra vez Darío y el contexto). Pero es todo real, ese grupo se hizo a los golpes y por eso siempre valoro todo lo que nos dieron, Supercopa y Recopa incluida, También el trabajo de Juan Carlos Crespo y su famosa (y poco reconocida) “Comisión de Apoyo” que armó muy buenos equipos en esos años.

Toda mi vida estuvo, está y estará atravesada por Racing; por familia, por herencia y porque así lo sentí, Por lo tanto, el amor no se modificó ni aún en los peores momentos, cuando anduvimos junto a mi viejo por ese infierno que fueron 1984 y 1985. Pero ese equipo de la Supercopa nos infló el pecho de nuevo, nos dio la hermosa chance de sostenerle la mirada a cualquiera, de ir al colegio con la tapa de El Gráfico pegada con contac en la carpeta y poder mostrársela a TODOS en el bondi, en la calle y en el barrio. Porque ese equipo además lo hizo con coraje y con voluntad, a veces regalado y rezándole al inigualable Pato por una tapada milagrosa más, pero siempre con hambre, siempre empujado por nuestra ilusión, la que se mantuvo expectante durante 21 años de sequía total, la misma que se depositó en Catalán cuando marcó el 1 a 0 en tierras cariocas, o la del guante izquierdo de Ubaldo Matildo para ahogar el grito de Careca, la que hizo que no pesara el cansancio en la última corrida del Mencho Medina Bello hasta que el árbitro decidió cortar con la agonía. Seguramente por eso, cada 18 de junio sigo sintiendo que se hizo justicia con muchos de los de mi generación.

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