Huevo Acuña: la historia del pibe de los chichones

Huevo Acuña: la historia del pibe de los chichones

“Huevo” es un buen apodo para un tipo que en su cuarto partido con la camiseta de la Selección Argentina entra desde el banco, gambetea a un rival, llega al fondo y tira un centro para inventar un gol cuando parecía que ya no se podía inventar nada. Fue contra Venezuela en el Monumental, y la selección de Sampaoli que estaba parcialmente afuera del Mundial de Rusia rescató un empate que le permitió soñar con ganarle a Ecuador en al última fecha y clasificarse. También es un buen apodo para un jugador que a pesar de ser un imán de patadas le cuesta levantar las manos y pedirle el cambio al banco de suplentes. O para algún caradura que se anime a carajear al emblemático Dani Alves en un Mineirão repleto. O para un pibe que no renuncia a sus aventuras de jugador de inferiores a pesar de sufrir tres robos en sus primeros tres meses de vivir solo en una pensión de Floresta, lejos de su Zapala natal de 30 mil habitantes. Al Huevo Acuña le queda perfecto ser “el Huevo”, aunque el origen de su mote no tenga nada que ver con su coraje: Don Cubilla, su descubridor, recuerda que cuando lo vio jugar por primera vez en una canchita de Neuquén, sus amigos le decían “Huevo” porque un par de veces se golpeó la cabeza y le salieron chichones.

El barrio 70 viviendas de Zapala tiene calles de tierra y piedras. Siempre se ve el cielo, porque no hay edificios y los arboles que funcionan de arquitos no son muy altos. Sobre la calle Antártida Argentina, hay una canchita que hace 20 años no tenía nada alrededor pero hoy tiene una bandera verde con una leyenda en blanco: “Si tienes un sueño, lucha para que se haga realidad”, dice, acompañada por una foto de Marcos Acuña con la boca llena de gol y la camiseta del Sporting de Lisboa. Todas las tardes se puede ver como un grupo de chicos del barrio juega en esa cancha que ahora lleva el nombre del ex jugador de Ferro y Racing, con un detalle característico de los partidos de fútbol zapalinos: cada tanto el juego se frena y los chicos se llevan el lado interno del antebrazo a la cara, porque el viento sopla tan fuerte que levanta las piedritas de la calle y se les pueden meter en los ojos. Ahí, donde algunos dicen que el viento llegó a soplar ráfagas de hasta 160 kilómetros por hora, es donde el Huevo empezó a ser el Huevo. Cubilla lo vio y lo reclutó para el Olimpo de Zapala, club donde entrena chicos neuquinos. Todavía se puede ver a Acuña pasar a compartir un mate cocido con los más chicos cuando los calendarios de las competencias europeas lo permiten.

Es tímido. Siempre lo fue. Un ex compañero de concentración recuerda que hablaban muy poco, pero cuando lo hacían, siempre era sobre cosas importantes. Como por ejemplo cuando el Huevo le dijo que se iba a casar con María Julia, la mujer a la que conoció en la platea de Ferro en un partido que no pudo jugar porque estaba suspendido y que es la madre de sus dos hijos. Lo curioso es que no le contó a ningún compañero que un día cuando se subió al auto después del entrenamiento en Racing, Bauza lo llamó por teléfono y le avisó que lo iba a convocar a la Selección Argentina por primera vez. Ese día, cuando el Huevo cortó la llamada, bajó al comedor subterráneo que tiene el plantel de Racing en el Cilindro y almorzó con el grupo, pero no dijo ni una palabra. Comió rápido y se fue a su casa, unos minutos antes de que la noticia apareciera en el televisor de la sala.

Facundo Sava, entrenador de Acuña en Racing durante el 2016, no se ahorra elogios cuando opina sobre las capacidades técnicas, tácticas y físicas de Acuña. Lo ve como un jugador inteligente que puede ocupar diferentes zonas de campo, con buena pegada y sacrifico. Pero le atribuye una buena parte de su vigencia en la Selección Argentina a la humildad de la que está hecho. “Es un tipo sencillo, se adapta a todos los sistemas porque acepta y cumple lo que le pedís”, dice. Acuña debutó con la camiseta de la selección en una victoria por 3 a 0 ante Colombia, donde entró por Di María a los 85’ como volante externo izquierdo en un 4-2-3-1, formación predilecta del ciclo Bauza. Con el Patón también jugó de volante por izquierda en un 4-4-2, en la altura de La Paz. Su primera vez como titular fue ante Singapur, con Sampaoli como entrenador, que lo puso de lateral izquierdo en un 2-3-5. Luego, el mismo técnico lo utilizó como carrilero por derecha en un 3-4-2-1, ante Uruguay por eliminatorias, partido donde más incómodo se sintió, y por izquierda en el mismo sistema de juego ante Venezuela y Ecuador, además de haberlo colocado como lateral izquierdo en un 4-2-3-1 ante Perú. Con Scaloni, Acuña repitió ocho veces de lateral izquierdo con variaciones entre 4-3-3 y 4-2-3-1, tres veces como interior izquierdo en un 4-3-1-2 y dos veces como volante externo izquierdo, en un 4-1-4-1 y en un 4-2-3-1. Siempre jugó.

Contra Ecuador llevó la cinta de capitán de la Selección Argentina por ocho minutos. En la conferencia de prensa posterior al partido, Scaloni lo incluyó en un grupo de 5 o 6 jugadores que “son la base” de su proceso de renovación. Detrás de su personalidad introvertida, el Huevo guarda el día que le dijo a Sara, su mamá, que no quería probarse en más clubes porque ya lo habían rechazado en seis distintos y viajar de Neuquén a Buenos Aires salía mucha plata. También el día en el que se metió en un pozo del que pensó que le iba a costar mucho salir por haberle pegado un codazo a Jesús Méndez en el Libertadores de América, en un clásico que Racing jugó con diez jugadores a partir de ese momento y perdió por 3 a 0. Guarda los tres robos que sufrió cerca de la estación de Floresta, donde se tomaba el tren para ir a entrenar a Ferro y guarda un montón de piedritas se levantaron en Zapala y le pegaron en la cara. Son situaciones que superó y que funcionan para justificar su apodo, que a veces parece no tener nada que ver con chichones.

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