El viejo de las coincidencias

El viejo de las coincidencias

Había una vez un viejo de las coincidencias. No se sabía bien de dónde venía o cuántos años tenía, algunos decían que lo habían visto en el bar de su barrio, otros sostenían que la última foto de aquel saco de huesos había sido en China durante un mundial de baloncesto alentando a Argentina. El apodo se lo ganó porque para él nada era casualidad, todo en la vida tenía una explicación y un sentido, un fin, un objetivo, todo estaba relacionado. Entendía la existencia como una maquinaria donde cada pieza importa y por eso es que estaba todo tan jodido.

​Se contaba que aparecía y desaparecía. Era algo así como Papá Noel o los Reyes Magos pero más mundano, tan cercano al resto que daba la sensación de que realmente fuese una figura tangible. También tenía sus detractores, obvio. Porque aparentemente nadie vive para siempre, el tiempo pasa factura, en algún momento la rueda deja de girar. La vida, básicamente, de aquellos que no están dispuestos a creer. Pero para aquellos que permitían entrar la magia de vez en cuando, el viejo de las coincidencias era, como mínimo, verosímil.

​Pero el punto de existir o no, no era lo que lo acercaba a las otras dos figuras que son motivo de regalo. Justamente eso los unía, el producto, el objetivo final por el que los niños se alegran por la llegada de Papá Noel y el motivo principal por el que lloran al momento de darse cuenta que los Reyes Magos no existen. El viejo de las coincidencias era sinónimo de alegría, como los regalos.

​Por eso, cuando se encontraba caminando por Avellaneda y el vejete vio a un grupo de chicos y chicas tirados en la plaza, vestidos de Racing, con la pelota tirada ahí no más desinflándose de la angustia, y mirando únicamente los teléfonos sin dar muestra de emoción alguna, paró en seco y se les puso delante. No se limitó a ese simple paso, les sacó la pelota y se puso a jugar.

​Chicos y chicas miraron atentos tratando de descifrar quién era aquel viejito de pelo gris y rulos infinitos, nariz ganchuda, cuerpo flaco y ojos azules de sabiduría. Pero él no dijo nada hasta que se dio cuenta de que sus espectadores sólo podían enfocarse en sus truquitos. Entonces paró y les dijo:

 

-Buenas tardes, así que ustedes son el club de fans de Darío Cvitanich, creo que tienen una misión.

 

​Los purretes se miraron todos al mismo tiempo, buscando respuestas y evitando reírse, a ver si alguien sabía algo de aquella entidad que les acababan de dar. El viejo notó el desconcierto e insistió con la denominación que utilizó. Les explicó que no podía creer que tuviesen semejante cara larga, que tenían que irse de fiesta y que estaban llegando tarde. Se quejaron, le dijeron que era domingo y que al día siguiente tenían prueba en la escuela. Pero el viejo los mandó a callar y les prometió que les explicaría qué era lo que tenían que hacer y que esa tarea era lo más importante del mundo mundial.

​En primera instancia les explicó por qué eran los elegidos para acatar las señales divinas que recibió en el partido entre Racing y Arsenal. Tenían que irse a festejar al boliche porque Cvitanich había hecho un gol de cabeza y en el festejo se había puesto unos anteojos que pedían joda. Las cuentas le daban perfecto al viejo de las coincidencias, ellos tenían todo lo que necesitaban. Como los dos goles de la Academia habían llegado de un córner, les citó los famosos versos: “En una esquina de la disco, la vi bailando sola en la pared”. Les contó que esa canción tenía que sí o sí haber sido escrita pensando en David Barbona yendo a tirar el centro, no era casualidad. Y necesitaban eso, un segundero, que erre un gol por picarla y que al instante se reivindique y le ponga un centro a la cabeza a un compañero para empezar la fiesta con alegría. Que, también, busque seguir mandándole mecha y asista a un compañero que, a pesar de errar el gol como el Pulpo González, genere aplausos porque sabés que va a estar en todas y reemplazar a los que se vayan.

​Ellos tenían en el grupo a uno de los que se van temprano del boliche vaya a saber uno porqué. El viejo fue clarito: “Tiene que ser así como Neri Domínguez, que se fue expulsado tempranito del baile”. El grupito empezaba a autoconvencerse de que deberían ir a la escuela y a la prueba en un estado fatal. Y lo creyeron aún más cuando el viejo de las coincidencias señaló a una de las dos chicas del conjunto y le explicó que era menester en aquella salida porque, nunca, pero nunca, puede faltar la alegría y el picante de alguien como Milagros Menéndez, que casualmente había hecho dos goles para Racing el día anterior.

​Después, se calló unos segundos, se rascó la barba y señaló a otro pibe: “Él no puede faltar. Como Licha López, es el conductor asignado, el jodón pero siempre responsable. No se olviden de que siempre es fundamental”. Y claro, tenía razón el viejo de las coincidencias, si esa tarde fue el capitán el que le dio la alegría final a Racing y puso el partido 2-1. 3 puntos para casa. El grupo se miró y entendieron: si salían, mañana les iba a ir bárbaro en la escuela.

​El viejo de las coincidencias les dijo que necesitaban dos piezas muy importantes, pero que creía que estaban allí presentes porque no era casualidad que él hubiese decidido pararse delante de ellos y definirlos como el club de fans de Darío Cvitanich. Necesitaban sí o sí alguien como Leo Sigali, que se adapte a cualquier mala situación que pudiese surgir en el boliche. Porque así había sido en el partido, salió el que siempre está, Iván Pillud, y tuvo que acomodarse en el lateral. Los pibes se miraron y se acordaron que justo el día anterior el más jodón de todos se había ido de viaje. Estaban que ni se la creían.

​Tampoco les podía faltar el Churry Cristaldo del grupo, que entra y prende la fiesta. No podía ser casualidad, el viejo de las coincidencias se les paró en frente el mismo día en el que, horas antes, el delantero había ingresado por Darío Cvitanich y al instante llegó el gol de la victoria del Licha. Es muy importante tener a alguien en el grupo que haga llegar las buenas.

​De todos los del grupo, había una sola que dudaba. Una de las pibas. Los otros ya estaban organizando qué iban a comprar para la previa. El viejo la notó, ya sabía. Entonces la miró y le dijo que el último detalle que era la prueba irrefutable de que nada de todo ese era casualidad y de que deberían salir, era que la camiseta que había usado Racing esa tarde era azul con líneas que parecían lásers de pista y que brillaban como bola de boliche. La chica se rió y por un instante decidió que ese anciano en realidad no estaba ahí. Pero todos sus amigos lo veían. Entonces, el viejo de las coincidencias se agachó y puso sus ojos a la altura de los de ella y le explicó que en eso radica la verosimilitud, que algunos creen y otros no, porque es tentador. La niña se quedó pensando. El hombre aprovechó y dijo:

 

-Si no me vas a creer, si pensás que todo esto va a quedar nada más que en coincidencias, por lo menos date el lujo de creerle a tus amigos y salir por el único motivo real de festejo: el sábado ganó Racing 5-1 a Platense y domingo 2-1 a Gimnasia. Que gane la Academia, siempre es motivo de festejo. Y, como dice la Vela Puerca, hay que festejar para sobrevivir.

La chica, ya no tan desconfiada, le sonrió y se dio vuelta. No pasaron ni dos segundos que ya estaba en la ronda con el resto organizando la salida al boliche con la camiseta de Racing puesta. Lo único que importaba era cumplir con el mensaje de Cvitanich. Tal magnitud cobró la salida improvisada y espontánea, que no se dieron cuenta de que, en el revuelo, el anciano había desaparecido. Pero qué importancia podría tener ahora el viejo de las coincidencias, si estaban todos con sonrisas en los rostros y ansiosos por salir a celebrar.

 

Por: Ivan Lorenz

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