Darío Cvitanich: la rebeldía de disfrutar

Darío Cvitanich: la rebeldía de disfrutar

Cvitanich llamó a su representante y le dijo que se quería retirar. Era 2008, jugaba en Banfield, tenía 24 años y se encontraba tal vez en el mejor momento de su carrera. De hecho, ya circulaban rumores que lo vinculaban con varios equipos de Europa. No soportaba más, no disfrutaba. No podía sentarse a comer un asado con sus amigos de Baradero sin agarrarse a piñas mentalmente con un un gol frustrado o con una pelota perdida con posterior contra del rival. Sus amigos tenían laburos de ocho horas, iban a la facultad, se levantaban temprano y no hacían siesta, pero se juntaban a comer y la pasaban bárbaro. Y entonces el delantero del Taladro se preguntaba por qué si él tenía su sueldo de jugador, su auto y un futuro con el que cualquiera sueña no podía disfrutar de una simple comida con los suyos. Vivir una realidad tan dispar lo hacía sentir culpable. Para convertirse en el jugador que es hoy, tuvo aprender a separar al fútbol de la vida, un camino que transitó en paz, pero nunca sin dejar de cuestionar al mundo de la pelota, donde las alegrías parecen fugaces y no todo esfuerzo tiene su premio.

Las lágrimas se le escapaban cuando miraba desde el banco de suplentes los últimos minutos de la final en la que Racing venció a Tigre por 2 a 0 en Mar del Plata. No lloraba por la Copa, lloraba por todo lo demás. Por el sufrimiento previo, por lo atravesado para llegar a esa final, por las luchas internas para poder disfrutar de su profesión, por su familia. Hoy cuando mira hacia atrás no recuerda cuánto le duró la alegría de, por ejemplo, lograr un título con Boca, porque al día siguiente se fue de vacaciones y a las dos semanas ya tenía que arrancar una pretemporada pensando en salir campeón de nuevo. Entonces, si las presiones del fútbol transforman la felicidad de una consagración en un abrazo tan efímero, Cvitanich aprendió que el verdadero disfrute estaba en vivir con mayor intensidad el día a día y el camino que uno transita para alcanzar el éxito. Por eso se le dibujó una sonrisa cuando vio por televisión al Sapito Coleoni besar la medalla del segundo puesto que obtuvo con Central Córdoba tras perder la final de la Copa Argentina con River. Lo sintió como una forma de ser libre, de rebelarse ante el mensaje de que el esfuerzo no sirve si perdés.

«Necesitamos un delantero que llegue y meta cuatro o cinco goles» decía Coudet en la intimidad durante el mercado de pases de verano previo a la recta final de la Superliga en la que Racing se consagraría campeón. En Cvitanich encontró mucho más que eso. «El equipo descansó constantemente en su juego de espaldas, fundamental para darle tiempo a los volantes de achicar las líneas cuando jugábamos largo», recuerda un integrante del cuerpo técnico del Racing campeón. Por otro lado, la Secretaría Técnica del club imaginaba la posibilidad de que los movimientos de Cvitanich mejoraran a Zaracho: el volante llegaba constantemente al área, pero muchas veces con jugadas sucias. Los desmarques del delantero en el área, de adentro hacia afuera, podían generarle espacios para tener situaciones más claras, como en el gol que le convirtió a Godoy Cruz. No tiene el mismo despliegue que Cristaldo, por lo que el equipo tuvo que acomodarse a presionar entre 10 y 15 metros más atrás, dando salida al rival, con la idea de asfixiar intensamente más cerca de la mitad de la cancha y luego atacar con espacios. Además, rápidamente logró tener ascendencia en el grupo. Para él, el liderazgo se puede trabajar, pero tiene más que ver con una capacidad innata. Nadie le enseñó a liderar, pero cuando de golpe se dio cuenta de que tenía pocos compañeros más grandes que él y muchos más chicos, sintió la obligación moral de transmitir sus experiencias y de ser un buen ejemplo.

«Darío no se retiró porque todavía puede venir a hinchar las bolas al vestuario», dice un compañero del plantel de Racing, entre risas, para explicar lo que disfruta el delantero del día a día. Pero por otro lado, también es cierto que Cvitanich es un jugador que desde que se vio más cerca del final de su carrera que del inicio, comenzó a cuestionarse su futuro. Entiende los problemas de jubilarse joven, de encontrarse de golpe con un montón de tiempo y un montón de vida por delante. Entonces desde 2017 que trabaja con Enrique Portnoy, un coach personal que lo ayuda a prepararse para alcanzar el punto final de su carrera con la seguridad de que va a poder afrontar el después. El año pasado Enrique publicó el libro «De jugador profesional a profesional de la vida», y Cvitanich escribió un prólogo. Todavía come asados con sus amigos de Baradero, pero ahora los disfruta. Cuando es anfitrión, el Negro -así le dicen- espera a los invitados con música de La 25 o La Renga y sabe que en la mesa no se hablará de fútbol. Las culpas quedaron en el pasado y hoy el delantero de Racing convive en tranquilidad con este momento de su carrera, con la medalla de haber logrado gambetear las presiones y los mensajes negativos del fútbol colgada en el cuello y el deber ético de ayudar a que se la cuelguen tantos otros.

 

Por Matías Petrone para Racing Club.

CATEGORIES
TAGS
Share This

COMMENTS

Wordpress (0)